Imaginemos la siguiente escena. Se trata de un juzgado. Una “corte” como la que se ve en las películas o series de televisión. El juez entra y todos se ponen de pie. El acusado se ve nervioso. No es para menos, está a punto de prestar testimonio. Pasa al estrado, jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. El fiscal le pregunta, “¿usted robó esa bicicleta?” El acusado responde, “no, no he sido yo”.
El juez entonces hace participar a otra persona, “¿puede el especialista en lenguaje corporal y detección de mentiras corroborar lo que el acusado acaba de decir?”. El especialista se pone de pie y dictamina, “el acusado dice la verdad, mis conocimientos en lenguaje corporal, más específicamente en microexpresiones, no dejan lugar a dudas”. El juez mira al acusado y falla, “es libre de irse, disculpe las molestas. Se levanta la sesión”. ¿No sería perfecto que la Justicia funcionara de esta manera? ¿Pero por qué no lo hace? ¿Por qué no hay expertos capaces de detectar mentiras para agilizar y asegurar los procesos judiciales. La respuesta es sencilla; esos expertos no existen.
Claro, a todos nos gustaría poder tener ese superpoder. El detectar mentiras sería la diferencia entre tener relaciones saludables y perder el tiempo, el negociar con éxito o aceptar tratos por debajo de lo que sería alcanzable, el ser un semidios o un simple mortal. Si le sumamos la carnada que significa una serie como “Lie to Me” que nos inducía a pensar que esto era posible, el combo parece irresistible. Como un profesional que trabaja con lenguaje corporal y presentaciones efectivas, mi deber es decirte que, para poder convertirse en una serie divertida de ver, “Lie to Me” recurre a muchos atajos y trampas. Que no toda vez que una persona alza los hombros está diciendo algo en lo que no cree. Puede ocurrir muchas veces y es un comportamiento al cual prestaría buena atención, pero no es ley. De hecho, una persona puede decir algo que no cree y no tener movimiento de hombros alguno. Lo cierto es que no existe un movimiento que indiquen que una persona esté mintiendo. No existe el anhelado “efecto pinocho”. No importa que alguien mire para arriba o para abajo, para la izquierda a la derecha. Al menos, desde 1992 y gracias a la Universidad de Edimburgo, sabemos que el postulado de la Programación Neurolinguística que indica que el movimiento de los ojos puede mostrar si decimos la verdad o inventamos, no es cierto. No hay una relación inequívoca entre una cosa y otra.
También sabemos que los mentirosos, en lugar de bajar la mirada, miran aún más a los ojos a aquellos a los cuales están tratando de engañar. De hecho, el Dr. Mark Frank, de la Universidad de Buffalo también subraya que no existe un grupo de movimientos que indique que se se está perpetrando una mentira. Los grupos de movimientos pueden demostrar incomodidad, pero una incomodidad no es una mentira. Los nervios de una persona no indican una mentira. De hecho, pueden ser los nervios a que no se le crea lo que está diciendo. Es decir, una persona puede parecer nerviosa por la presión a la que está sometida, pero eso no quiere decir que esté mintiendo.
En la vida real, los jueces fallan a la hora de percibir la verdad y mandan a la muerte a inocentes. De hecho, a la hora de dictaminar o no prisión preventiva, un algoritmo demostró ser más fiable que los humanos. El experimento en el que se da cuenta en el libro “Talking to strangers” de Malcom Gladwell, se comparó la cantidad de crímenes cometidos por aquellos que fueron dejados en libertad mientras se les enjuiciaba dependiendo de si la decisión la había tomado un juez de carne y hueso o un algoritmo que analizó los casos a posteriori. El resultado fue que los jueces dejaron libres a personas peligrosas en muchas más ocasiones que el software. Gladwell indica que los seres humanos tendemos a creer que nos dicen la verdad, incluso cuando nos mienten. ¿Por qué? Uno de los motivos es que sería un gasto de energía tremendo analizar cada afirmación que se nos hace. Entonces, preferimos creer que es verdad. Así como, cuando falta información corporal sobre alguien, tendemos a lo negativo, en el asunto de las mentiras, tendemos a lo positivo. Pero hay otro asunto que nos hace imposible andar detectando mentiras y es que los seres humanos somos excelentes mentirosos. ¿Por qué? Porque no podemos vivir sin mentir. Haga la prueba, trate de pasar un mes de su vida sin decir una sola mentira y luego me cuenta cómo le fue.
Estás opiniones no corresponden a Daniel Ríos meramente, sino también a mi socio Mark Bowden -especialista #1 del mundo en comportamiento humano- y a Joe Navarro, ex agente del FBI y también premiado como el mayor experto en comunicación corporal. Navarro es un verdadero especialista con veinticinco años en la agencia gubernamental y -al igual que Bowden- un referente mundial autor de varios best sellers. Navarro subraya que, “tanto el público como las fuerzas del orden han sido alimentados con información sin sentido sobre el engaño y es tiempo de parar”. Definitivamente es tiempo de ser sinceros y quienes estamos en la industria de la comunicación y la capacitación debemos comenzar a hacerlo. Incluso si ellos nos deja sin algunos negocios. Incluso si no podemos decir que tenemos el super poder.
¿Qué nos queda a quienes trabajamos en este campo? Enseñar cómo el cuerpo refleja estados de ánimo, cambios en esos estados de ánimo y, entre otras cosas, ayudar a proyectar confianza. Pero, sobre todas las cosas, decir la verdad.
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¡Sigamos hablando!