Comunicación: la designación de un vocero y el «no ejemplo» uruguayo

Uruguay se encuentra en un momento atípico, convulsionado. Parte de la población se siente indignada por el desprecio de los políticos ante los dineros públicos y la forma en la cual los jerarcas han utilizado el aparato estatal para dar empleo a sus familiares ha crispado los ánimos. Los impuestos han aumentado y se suceden hechos sangrientos a los cuales el país no se encontraba habituado. Por si fuera poco, un grupo de campesinos autoconvocados plantea pelea al gobierno de Tabaré Vázquez.

Dentro de este panorama, el gobierno decidió salir a defender su gestión y sus logros en una cadena de radio y televisión. Parece una medida acertada para dar a conocer su trabajo y sus progresos ante la opinión pública. Sin embargo, la elección del vocero fue un error del cual deberá aprender.

Fernando Vilar, era hasta hace poco tiempo el presentador de uno de los noticieros televisivos más importantes del país. Además, posee una larga trayectoria en radio y los medios de comunicación en general. Sorpresivamente, Vilar fue el encargado de presentarse como vocero gubernamental para hablar de temas sumamente sensibles. Su presencia, sin caer en valoraciones personales o profesionales, presenta dos problemas en materia de vocería.

Por un lado, la presencia de Vilar fue sumamente sorpresiva para la población. Esto hizo que los anuncios del gobierno, en muchos casos, quedaran en segundo plano. Basta darse una vuelta por las redes sociales para darse cuenta de que su presencia es EL tema en cuestión. El gobierno se encargó de desviar la atención de sus propias buenas noticias.

El segundo problema es menos obvio. Un vocero debe estar en consonancia con la situación. El país se encuentra crispado, si hace poco más de una semana se encuentra entristecido por el asesinato de una empleada a manos de un asaltante. La indignación por las irregularidades estatales es mayúscula y los reclamos provienen de sectores que han tomado mucho protagonismo. No importa si se trata de un gobierno o una empresa, cuando la situación es seria, los destinatarios del mensaje esperan que una verdadera autoridad dé la cara y defienda lo hecho o pida perdón por los errores cometidos.

Por ejemplo, si usted dirige una empresa constructora y, por negligencia de uno de sus empleados, muere alguien que transitaba por su obra en construcción, la opinión pública y los familiares no se conformarán si es el capataz de la obra quien da la cara. Pensarán que la situación no es importante como para molestar al “número uno”.

Por el contrario, si en la obra hay un incidente menor y el presidente de la constructora sale a los medios a pedir perdón o a defender enfáticamente el accionar de la empresa, las personas pueden pensar, “esto es serio, está saliendo el número uno, debe ser muy serio”. Y la verdad es que el incidente fue menor.

Es por esto que, a la hora de elegir un vocero, se debe valorar, entre otras cosas, la situación y el sentimiento de quienes serán en definitiva los receptores del mensaje. Para todo tipo de presentaciones, está claro que la comunicación no es tanto sobre el que habla, sino sobre quien escucha.

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