Series como Lie to Me y algunas otras, han vuelto a poner sobre la mesa la temática del lenguaje corporal y la detección de mentiras. Eso, sumado a algunos mitos como “si alguien se cruza de brazos está bloqueado o no está abierto a escuchar”, nos pone en una situación peligrosa. ¿Cuál es esta situación? El creer que podemos determinar qué pasa por la cabeza de una persona a partir de uno o más gestos corporales.
Sin embargo, la cosa no es para nada sencilla. ¿Es posible saber si alguien miente a partir de su lenguaje corporal? No en un 100%. Lo que puede haber son indicios de que algo está perturbando a una persona. Por ejemplo, cuando estamos ante una situación de stress, el interior de nuestra nariz se seca y solemos tocarla. Es uno de los gestos conocidos como “pacificadores”. ¿Esto quiere decir que la persona está mintiendo? Definitivamente NO. Lo único que nos dice es que QUIZÁS algo la perturba. Si este pacificador se une a otros como el frotarse la frente, podemos acumular pruebas, pero estas pruebas no nos dirán si alguien miente. En todo caso, sabremos que algo le estresa o le preocupa. Puede ser, por ejemplo, que se olvidó de pagar una cuenta y se le vence hoy el plazo. Es decir, no podemos explicar el todo por las partes.
Tres cosas a tener en cuenta
– ¿El comportamiento que observamos puede deberse al ambiente? El frío o el calor pueden hacer que una persona de cruce de brazos o se zafe la corbata.
– ¿Es un comportamiento normal de la personal? Una persona puede tener tendencia, por ejemplo, a sentarse con los brazos cruzados. Eso no quiere decir que esté cerrada, simplemente es su manera de ser y de sentarse.
– ¿Es un comportamiento de corta cultural? En algunas culturas mirar a los ojos más de un segundo es una señal de invasión. Eso no quiere decir que la otra persona no pueda sostener la mirada porque miente. Simplemente ha crecido en determinado entorno.
Antes de jugar al detector de mentiras humano hay que ser consciente de esta y otras cosas, así que lo mejor suele ser preguntar. Muchas personas tienen problemas para decirnos lo que piensan hasta que se lo preguntamos. Allí entra en escena la escucha activa; pero eso es harina de otro costal.
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